Con el título Como si nada hubiera sucedido, se recogen aquí los dos últimos libros de Francisco Brines, El otoño de las rosas (1986) y La última costa (1995), junto a seis poemas inéditos. El lector encuentra en este volumen la meditación de una voz agradecida a la sensualidad y al amor, pero que s...
Con el título Como si nada hubiera sucedido, se recogen aquí los dos últimos libros de Francisco Brines, El otoño de las rosas (1986) y La última costa (1995), junto a seis poemas inéditos. El lector encuentra en este volumen la meditación de una voz agradecida a la sensualidad y al amor, pero que se acerca con lucidez a la penúltima etapa de su existir. La luz convertida en lucidez provoca un vitalismo inseparable de la conciencia, una conciencia del tiempo. Se trata del cumplimiento de un mundo propio que mantiene su unidad, mientras se matiza con el paso de los años. El camino abierto por Las brasas (1960) encuentra aquí su sentido final. Hay diversas posibilidades literarias en la toma de conciencia de que al volver la vista atrás tenemos una sensación de pérdida: todo se recuerda y se ve como si nada hubiera sido. La cultura barroca volvió una y otra vez a la idea de que el mundo era un teatro hueco y sin valor. En estos poemas, sin embargo, no se quiere afirmar que la vida es sueño para negarle entidad, sino que late el deseo de asumir una realidad de tensiones en las que conviven el vacío y la plenitud, el amor y la fugacidad, la belleza y las oscuridades. Un destino biográfico se culmina, pero también un destino poético y una consideración de la palabra. Prometeo robó el fuego a los dioses para dárselo a los seres humanos, asegurando así su supervivencia. El poeta roba las palabras al silencio y la fugacidad para dejárselas a los lectores. Entrega testimonio de una voz, permite que sobreviva a la muerte la historia sentida y meditada de una experiencia. Y no se trata solo de una experiencia individual, porque el hecho poético no funcionaría sin que un lector lo habitase, lo hiciese suyo, le diera nueva vida. El calor y el frío del poema pasan de un ser a otro ser para perpetuarse.