Conocemos la taxidermia como el arte de disecar animales. Desde el siglo XIX, desempeñó un importante papel para la conservación y los naturalistas, pues, bien hecha, es una práctica que permite apreciar de cerca unas criaturas que tal vez jamás tengamos la ocasión de ver en su medio natural. Sin em...
Conocemos la taxidermia como el arte de disecar animales. Desde el siglo XIX, desempeñó un importante papel para la conservación y los naturalistas, pues, bien hecha, es una práctica que permite apreciar de cerca unas criaturas que tal vez jamás tengamos la ocasión de ver en su medio natural. Sin embargo, eso conllevó dar un paso más: el "empajar" al ser humano, con la intención, supuestamente, de mostrar a las generaciones venideras el aspecto real de los que les precedieron. Como si fueran muñecos de cera, se intentó exhibir en público a naturalezas muertas sostenidas con alambres.
La moda de la antropotaxidermia no llegó a mayores y el embalsamamiento ganó la guerra comercial, pero sí constan ejemplos y estudios sobre el tema a lo largo del pasado siglo. Y, de todos los casos, este libro se centra en uno: un personaje bajito y enjuto, de mirada penetrante y ademanes ágiles; presto a entrar en acción si se presenta una ocasión que, por otra parte, nunca llega. Nació alrededor de 1800 en el norte de Sudáfrica y debió morir aproximadamente en 1830. Lo más parecido a un nombre que tuvo nunca fue "El Negro de Banyoles". Es este libro una crónica periodística, que sugiere no sólo un apasionante dilema legal sino un estudio sobre una parte de la cultura fúnebre poco conocida. En todo caso, como infiere Miquel Molina, "lo que no admite discusión cuando se ha escudriñado a fondo esta historia es que, con cuerpo o sin cuerpo, aquí se ha cometido un delito".