«Es precisamente esa otra consolación ante la vejez […] lo que me mueve a mí […] a dirigirte ahora esta larga misiva desde Atenas. […] Tú has dejado claro en tu obra, al hablarnos de que las dificultades de la vejez no provienen tanto de la edad como del carácter y de la actitud vital de las persona...
«Es precisamente esa otra consolación ante la vejez […] lo que me mueve a mí […] a dirigirte ahora esta larga misiva desde Atenas. […] Tú has dejado claro en tu obra, al hablarnos de que las dificultades de la vejez no provienen tanto de la edad como del carácter y de la actitud vital de las personas, que envejecer es, en un alto grado, un empeño ético; y yo deseo ahora que reflexionemos sobre si el hecho de que nuestra sociedad esté o no organizada y facultada para posibilitar dicho empeño no hace del envejecer, también, un propósito político». La senectud ha existido desde que el hombre existe; pero, a diferencia de lo que ocurría en tiempos de Cicerón, nuestras sociedades han perdido la capacidad de pensar en la vejez sin asociarla a la decrepitud. En esta carta sin respuesta, Pedro Olalla entabla un vívido diálogo con un pensador de la Antigu¨edad tan comprometido con el destino de su comunidad como él y, con ello, prueba hasta qué punto el paso del tiempo no siempre significa decadencia.