El invierno había terminado. Firme, enraizado en la falda de la colina, el pequeño árbol crecía exuberante bajo la cálida y revivificante luz del sol. ¡Qué alivio! Sus raíces se habían despertado y sus ramas se expandían ufanas. Aun sintiéndose relajado, a su memoria volvieron los recuerdos de los m...
El invierno había terminado. Firme, enraizado en la falda de la colina, el pequeño árbol crecía exuberante bajo la cálida y revivificante luz del sol. ¡Qué alivio! Sus raíces se habían despertado y sus ramas se expandían ufanas.
Aun sintiéndose relajado, a su memoria volvieron los recuerdos de los meses anteriores, de las penurias de sentirse olvidado, abandonado a su sufrimiento. Pero eso no basta para sobrevivir. Tras haber superado sentimientos de rabia, de miedo y de abandono, el árbol comienza a apreciar la validez y abundancia de todo lo que ha recibido y encuentra la manera de compartir ese misterio con los demás. No hay que renegar del pasado, lo importante es mantenerlo dentro de uno y aprender de él. Desde el provechoso verano, el árbol lucha por asumir la experiencia invernal y reafirmar su sabiduría.