Duran siglos los días en el niño,largo y corto su tiempo como unsueño.Los meses del adulto son, en cambio,a causa de la brega que es su vida,un trabajo penoso de atahonay molienda de tantas ilusiones,que se le van en ansias locamente.Y, sin haberse dado cuenta, un díael hombre reconoce que ya todosu...
Duran siglos los días en el niño, largo y corto su tiempo como un sueño. Los meses del adulto son, en cambio, a causa de la brega que es su vida, un trabajo penoso de atahona y molienda de tantas ilusiones, que se le van en ansias locamente. Y, sin haberse dado cuenta, un día el hombre reconoce que ya todo su futuro ha pasado y que los años, unos detrás de otros, van cayendo con vértigo fatal como las últimas migas de tiempo en el reloj de arena, a menos que suceda como ahora: el olor de unas lilas. Las primeras tras un invierno riguroso y lóbrego. De pronto la ebriedad de este perfume a miel, a manantial, a azules brisas ha conseguido ser más que memoria, que el niño y el adulto y quien ya soy en un punto se encuentren siendo iguales, siendo plena conciencia de tal fuga, sintiéndola al vivirla como eterna, lilas de abril, lilas fuera del tiempo.