La novela se abre con un breve preludio en el que, al volver de un paseo, el narrador, con gran dificultad, recoge «un magnífico cardo en flor de la especie que llamamos cardo tártaro». El cardo es ya el implícito emblema de Hadjí Murat: ¡Cuánta energía y vitalidad! ¡Con qué tenacidad defendió su vi...