«Con el mango entre las piernas, sosteniéndolo ahora con ambas manos, la madre se mostraba agitada en la oscuridad: su respiración la condenaba al descanso, a la redención, al suplicio. La condenaba. Eternamente. A la oscuridad. Con cada golpe había soltado un gemido de esfuerzo, tal y como hacen la...